¡Heil, mein catetofhürer!
Cuando esta mañana leí tus declaraciones en la prensa, salí corriendo hacia el cuarto de baño, tomé el frasco de colonia con tu nombre que me habían regalado los Reyes Magos sin saber que engrosaban la bolsa de un canalla, lo abrí y lo vertí rápidamente en el retrete. Lo sentí de verdad por las ratas de las cloacas, pero lo hice.
Cuando esta mañana leí tus declaraciones en la prensa, salí corriendo hacia el cuarto de baño, tomé el frasco de colonia con tu nombre que me habían regalado los Reyes Magos sin saber que engrosaban la bolsa de un canalla, lo abrí y lo vertí rápidamente en el retrete. Lo sentí de verdad por las ratas de las cloacas, pero lo hice.
Pides a gritos (es sólo una expresión, me imagino que lo pediste con chillidos ratoniles), que se ponga en práctica el despido libre (como eres un cateto cúbico no sabes que ya está), para que la gente “se gane cada día su puesto”. Arremetes contra los trabajadores que cogen depresión, sostienes que sólo se puede solucionar la crisis trabajando más, que los españoles tenemos delirio por la igualdad, que como vamos por mal camino conocemos a los escritores más que a los científicos (ahí me tocaste los cojones en serio, porque a los costureros explotapobres como tú se les conoce mucho más que a los escritores), que los sindicatos tienen mucho pillín en sus filas (como si en las filas de los costureros millonarios no los hubiera), que las familias tienen dinero para cenar fuera y no para educar a los hijos (como si tú entendieras de familias y de hijos, aunque estés al día de cenas y bacanales), que eres solidario con el ciencia de Díaz Ferrán (otro pollo de tu misma granja como el Mamoncín) y que defiendes la jubilación del capite censi a los 67 años, entre otras lindezas.
He visto por Internet que tienes una empresa de 200 trabajadores que no respeta el convenio, no tiene calendario de vacaciones ni plan de prevención de riesgos laborales, no comunica nada al comité de empresa, paga de media 875 euros al mes y aumenta frenéticamente las bajas por estrés laboral, condiciones de trabajo y presiones a la plantilla. Al mismo ritmo, supongo, que tú engrosas tu avarienta bolsa de pirata berberisco. Y todavía te parece que vivimos en una sociedad “poco educada” y que los trabajadores debemos abandonar el “elogio de la pereza” y “trabajar más para salir de la crisis”.
Mira, Adolf, en esta España de la que hablas y que te hizo rico, la que ves de color rosa desde tu gaymansión de pijo millonario, hay más de 4.000.000 de parados, y la mayoría de los que trabajan están en precario y cobran 1.000 euros al mes. Se cierran pequeños negocios a diario, las colas de necesitados, con niños incluidos, aumentan en los comedores públicos, los bancos no dan abasto ejecutando hipotecas ni los juzgados practicando desahucios, los padres se afanan pateando las calles en busca de una limosna que llevar a casa, las plazas se llenan de hombres fuertes, inteligentes, tristes y más preparados que tú esperando que alguien los suba en una furgoneta para darles un jornal miserable, los pensionistas viven con 400 euros al mes, los jornaleros se desesperan en los pueblos, el capital chantajea al Estado, la Seguridad Social amenaza con quebrarse, los jóvenes se hunden ante la incertidumbre y los viejos lloran su fracaso y el destino de su progenie. Esta España que te hizo millonario, Adolf, lo último que necesita es que un gilipollas como tú, un analfabeto funcional con el corazón de piedra, le dé consejos de economía.
Al menos por una temporada deberías verte trabajando de cajera doce horas en un súper, cobrando el sueldo que tú pagas, con los pies hinchados y la esperanza rota, tal vez con un padre enfermo o un marido en paro, o con 500 euros en el monedero para alimentar todo el mes a tres hijos, o en la cola del INEM, a la intemperie, con un no por respuesta sabiendo que al día siguiente el juzgado te desahucia de un piso de alquiler, o en la fresa compartiendo barracón con cien inmigrantes por un jornal de 42 euros, o vendiendo espárragos en una cuneta, o cogiendo comida caducada del contenedor de un supermercado, o abriendo una gavia con la espalda rota a los 67 años, a ver lo que piensas entonces del “elogio de la pereza” de las depresiones laborales o de “trabajar más para salir de la crisis”. Al menos por una temporada, Adolf, Dios debería darte un corazón, ya que la inteligencia te la negó para siempre.
Y te digo como a la costurera del artículo de abajo: no se te ocurra nunca aparecer por mi pueblo porque te damos matarile en cantidad y calidad. Y me alegro de haber tirado tu colonia de Adolfo Domínguez al retrete, no quiero llevar pegado a la piel el mismo olor a podredumbre que seguramente desprendas tú.
Adiós, mein catetofhürer.