miércoles, 3 de febrero de 2010

Epístola al paletofascista Adolf Domínguez




¡Heil, mein catetofhürer!

Cuando esta mañana leí tus declaraciones en la prensa, salí corriendo hacia el cuarto de baño, tomé el frasco de colonia con tu nombre que me habían regalado los Reyes Magos sin saber que engrosaban la bolsa de un canalla, lo abrí y lo vertí rápidamente en el retrete. Lo sentí de verdad por las ratas de las cloacas, pero lo hice.

Pides a gritos (es sólo una expresión, me imagino que lo pediste con chillidos ratoniles), que se ponga en práctica el despido libre (como eres un cateto cúbico no sabes que ya está), para que la gente “se gane cada día su puesto”. Arremetes contra los trabajadores que cogen depresión, sostienes que sólo se puede solucionar la crisis trabajando más, que los españoles tenemos delirio por la igualdad, que como vamos por mal camino conocemos a los escritores más que a los científicos (ahí me tocaste los cojones en serio, porque a los costureros explotapobres como tú se les conoce mucho más que a los escritores), que los sindicatos tienen mucho pillín en sus filas (como si en las filas de los costureros millonarios no los hubiera), que las familias tienen dinero para cenar fuera y no para educar a los hijos (como si tú entendieras de familias y de hijos, aunque estés al día de cenas y bacanales), que eres solidario con el ciencia de Díaz Ferrán (otro pollo de tu misma granja como el Mamoncín) y que defiendes la jubilación del capite censi a los 67 años, entre otras lindezas.

He visto por Internet que tienes una empresa de 200 trabajadores que no respeta el convenio, no tiene calendario de vacaciones ni plan de prevención de riesgos laborales, no comunica nada al comité de empresa, paga de media 875 euros al mes y aumenta frenéticamente las bajas por estrés laboral, condiciones de trabajo y presiones a la plantilla. Al mismo ritmo, supongo, que tú engrosas tu avarienta bolsa de pirata berberisco. Y todavía te parece que vivimos en una sociedad “poco educada” y que los trabajadores debemos abandonar el “elogio de la pereza” y “trabajar más para salir de la crisis”.

Mira, Adolf, en esta España de la que hablas y que te hizo rico, la que ves de color rosa desde tu gaymansión de pijo millonario, hay más de 4.000.000 de parados, y la mayoría de los que trabajan están en precario y cobran 1.000 euros al mes. Se cierran pequeños negocios a diario, las colas de necesitados, con niños incluidos, aumentan en los comedores públicos, los bancos no dan abasto ejecutando hipotecas ni los juzgados practicando desahucios, los padres se afanan pateando las calles en busca de una limosna que llevar a casa, las plazas se llenan de hombres fuertes, inteligentes, tristes y más preparados que tú esperando que alguien los suba en una furgoneta para darles un jornal miserable, los pensionistas viven con 400 euros al mes, los jornaleros se desesperan en los pueblos, el capital chantajea al Estado, la Seguridad Social amenaza con quebrarse, los jóvenes se hunden ante la incertidumbre y los viejos lloran su fracaso y el destino de su progenie. Esta España que te hizo millonario, Adolf, lo último que necesita es que un gilipollas como tú, un analfabeto funcional con el corazón de piedra, le dé consejos de economía.

Al menos por una temporada deberías verte trabajando de cajera doce horas en un súper, cobrando el sueldo que tú pagas, con los pies hinchados y la esperanza rota, tal vez con un padre enfermo o un marido en paro, o con 500 euros en el monedero para alimentar todo el mes a tres hijos, o en la cola del INEM, a la intemperie, con un no por respuesta sabiendo que al día siguiente el juzgado te desahucia de un piso de alquiler, o en la fresa compartiendo barracón con cien inmigrantes por un jornal de 42 euros, o vendiendo espárragos en una cuneta, o cogiendo comida caducada del contenedor de un supermercado, o abriendo una gavia con la espalda rota a los 67 años, a ver lo que piensas entonces del “elogio de la pereza” de las depresiones laborales o de “trabajar más para salir de la crisis”. Al menos por una temporada, Adolf, Dios debería darte un corazón, ya que la inteligencia te la negó para siempre.

Y te digo como a la costurera del artículo de abajo: no se te ocurra nunca aparecer por mi pueblo porque te damos matarile en cantidad y calidad. Y me alegro de haber tirado tu colonia de Adolfo Domínguez al retrete, no quiero llevar pegado a la piel el mismo olor a podredumbre que seguramente desprendas tú.

Adiós, mein catetofhürer.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Epístola al pintatrapos Karl Otto Lagerfeld



Mire usted:

De tener su cerebro el tamaño de su boca -tal vez con la mitad sobrara- y con mucho esfuerzo, el dinero de su padre el banquero y el apoyo incondicional de un buen psiquiatra, es posible que hubiera aprendido usted a pensar, míster Lagerfeld, aunque personalmente lo dudo. Un señor que pierde 36 kilos en un año -estando ya escuchimizado- sólo por ponerse las prendas de una diseñadora de moda, es porque ha nacido tonto del haba, por mucho dinero que tuviera su progenitor.

Aunque los ricos, como el dinero lo lustra todo, cuando les nace un niño tonto del haba le llaman genio, por eso del qué dirá Pitita Sánchez-Almendralejo de Zúñiga, qué pensarán los Gonzálvez de Quirós -de los Gonzálvez de Quirós de toda la vida- y qué será de nuestro prestigio. Por eso a usted le dijeron que era un genio, lo pusieron a dibujar trapos, le dieron la profesión de modisto, le tocaron las palmas en cuatro tablaos, usted se lo creyó -todos los tontos se lo creen-, se puso un peluquín blanco, gafas de 24 pulgadas -Illanes tenía unas parecidas hasta que su madre las tiró a la basura-, se creyó la reina del mambo y ahora se cree con derecho a meterse con todas las gordas del mundo, siendo como son mayoría, o con lo que usted entiende por gordas, que viene a ser lo que el populus romanus entiende por tía buena, o sea, todo aquella mujer que pase de la talla 40 y no supere la 70. Ya sabemos que usted no diseña tallas más allá de la 38, una prueba más de la carencia de masa gris en su cuadrado cráneo.

Mire usted, míster Lagerfeld, al menos por mi pueblo no aparezca usted ni por equivocación, porque le vamos a dar matarile en cantidad y en calidad. Yo el primero, aunque esté feo correr a gorrazos a un niño malito. ¿Y dice usted que las mujeres que critican a las modelos afiladas, por aplicar una expresión suave, es porque tienen envidia? ¿Porque están todo el día sentadas en el sofá comiendo patatas fritas? ¿Pero usted sabe lo que es una mujer, y menos una patata frita, míster Lagerfeld?

Mire usted, ¿no será posible que su acomplejada mente, viéndose en el cuerpo de un hombre y no en el de una mujer, haya desarrollado un rencor africano hacia las mujeres, hacia todo aquello que usted deseó ser y sabe que nunca será? ¿Es por eso que para usted la mujer perfecta es aquélla que no tiene forma, que no tiene curvas, que no tiene nada de eso que usted, en lo más íntimo, siempre quiso tener y nunca tendrá? ¿No será usted lo que el populus romanus llama un mariquita resentío? ¿Por eso arremete contra las mujeres normales llamándolas envidiosas?

Mire usted, míster Lagerfeld, a usted no le gustan las mujeres gordas, ni las rellenitas, ni las flacas, ni las escuálidas, ni siquiera los espantapájaros, a usted sencillamente le gustan los hombres, y tiene derecho a ello, oiga, pero deje en paz a las mujeres normales, a ésas que nos gustan a todos los hombres que no nos fijamos en usted como no sea para reírnos de su patético y estirado porte de pijo de alta cuna. Diga usted lo que diga, los hombres vamos a seguir disfrutando al ver mujeres gorditas, con formas de mujer, con generosidad de carnes y curvas. Mujeres vestidas normalmente, con faldas o pantalones, con escotes o sin ellos, no con aquel vestido que usted diseñó imitando a un coche con una parrilla de radiador y un parachoques. Después de diseñar eso, ¿pretende usted que alguien lo tome en serio? No, mire usted, no, el dinero no da para tanto.

Es duro ver su acartonado rostro riendo como si tal cosa, tan duro como oír sus comentarios contra las mujeres normales y ver que nadie toma medidas contra usted, míster Lagerfeld, con lo que padece nuestra juventud con la anorexia, pero más duro aún resulta ver en una foto a mujeres tocándole las palmas y riéndole las gracias a un gilipollas que en el fondo de su corazón, si lo tiene, les guarda un odio y una envidia feroces. Usted no es un modisto, usted es un pintatrapos con ínfulas de aristócrata, míster Lagerfeld. Por si acaso, no aparezca nunca por mi pueblo.

César Lamara

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Epístola a Nessie


Estimadísimo y entrañable Nessie:

Acabo de enterarme por la prensa de que un guardia de seguridad te ha sacado una foto con el Google Earth, en tu lago, en el de siempre, en el Ness. Justamente en las coordenadas latitud 57° 12' 52.13" N y longitud 4° 34' 14.16" W, más o menos, imagino yo, que por donde siempre has tenido el cuarto de baño, si es que no has hecho reformas desde 1934, que fue cuando te retrataron por primera vez, aunque luego dijeran que eras un simple muñeco hinchable. Espero que no te ofendieras por eso, pues la maledicencia es una debilidad que los humanos utilizan sañudamente contra los humanos, raramente contra los monstruos, pues suponen, sin duda erróneamente, que en vuestra condición lleváis la penitencia.

Unos dicen que eres tú esa mancha blanca que aparece en la foto de arriba y otros que es un barco. Cosas de la vista de cada uno, tampoco le prestes demasiada atención. A mí, al pronto, con todo el afecto que te guardo desde la infancia, disculpa las comparaciones, me pareciste un calamar gigante y, fijándome más, me recordaste a Fraga Iribarne bañándose en la playa de Palomares, pero ni en los lagos hay calamares ni en los años playeros de Fraga existía el Google, con lo que inmediatamente descarté las dos hipótesis.

Si en realidad fueras tú, he de decir en honor a la verdad que me gustabas más en la famosa foto de Wilson, con ese gañote alargado y grueso, insaciable y hondo como el de un alcalde de Marbella, nada que ver con la de Illanes asomado a la piscina, que ni siquiera muestra el pescuezo. Tenías allí un aire menos tecnológico, más romántico, casi plañidero, mirando al cielo en lo que siempre me pareció un silencioso reproche a los dioses que te olvidaron en el fondo de aquel lago escocés. Porque los dioses se olvidaron de ti, como de Illanes, como de tantos otros seres que habitan la Tierra. Allá arriba, tan lejos, es normal. Y siendo un monstruo, con más motivo. ¿Quién quiere saber de un monstruo como no sea un paparazzi?

Los dioses te olvidaron, sí, pero los paparazzis no, que éstos no tienen otro dios que el dinero ni mayor afán que el de dar por culo, que dan más por culo que un intelectual, como diría mi amiga Mertxy. Y no se cansan. Hasta a los monstruos persiguen. Y ahora con las dolencias de la crisis cualquiera se mete a paparazzi por un puñado de euros, como el señor que te ha retratado con el Google Earth. Fíjate, toda la vida escondiéndote y llega una crisis y te sacan una foto para venderla. Yo que tú los jodía vivos, sí, los jodía para siempre y salía del escondrijo.

No hay nada que joda más a un paparazzi, al fin y al cabo un capullo en crisis permanente, que ver a su víctima haciendo una pose. Eso es reventarles la exclusiva. Ánimo, Nessie, abandona de una vez las profundidades de tu lago, sal a la orilla y paséate a la vista de todos. Y que se jodan. Muchos nos vamos a alegrar, no sólo por imaginar su rechinar de dientes, sino por verte hecho realidad, por tener la certeza de que los sueños existen, de que la infancia no nos mintió cuando te soñamos, de que lo imaginado puede ser una utopía alcanzable. Sal, que te fotografíen hasta hartarse los niños, los poetas, los soñadores, los locos y los ilusos, y luego vuelve para siempre a tu escondrijo, Nessie, allá al fondo oscuro y frío de tu lago. Y sigue siendo un sueño.

César Lamara.

miércoles, 29 de julio de 2009

Primera epístola a los norcoreanos


De César Lamara a los afligidos hermanos que malviven en Corea del Norte.


De todos los líderes gilipollas del mundo, que son la mayoría, el vuestro alcanza los puestos de cabeza, pero no es el primero, hay quien lo supera. Todo el mundo sabe que vosotros no lo buscasteis, que fue él quien os buscó a vosotros, por lo que quedáis exonerados de toda responsabilidad. Hasta ahora, obedientemente, habéis hecho todo cuanto os ha mandado Kim Jong II, que de no ser por su talla liliputiense bien podría pasar a la historia como King Kong II. Pero ya es hora de que troquéis la obediencia por la indiferencia o de lo contrario terminaréis siendo tan gilipollas como él, cosa que, salvo algunos líderes chinos y japoneses, nadie en este mundo desea.

Seguramente sabréis, afligidos hermanos, que Kim, a quien por la cuenta que os trae conocéis popularmente como el “querido líder” y como “el sol de la nación”, ha decidido demostrar al mundo que empieza a ser civilizado, y digo al mundo y no a vosotros, porque vosotros se la traéis floja, como sabéis desde hace tiempo. ¿Y de qué manera quiere hacerlo? Muy sencillo, abriendo el primer restaurante de comida rápida en vuestra grandiosa nación. En una palabra: americanizándose. Eso sí, sólo se sirven hamburguesas. No podéis llamarlas hamburguesas, hasta ahí podíamos llegar, eso sería colaborar con el imperialismo, pero podéis llamarlas "carne picada y pan", "pescado picado y pan" o "verduras y pan". Y os voy a dar un consejo: ni se os ocurra cambiar vuestra dieta por esa bazofia, que se la coma él. Si aquí no podemos fiarnos de las hamburguesas americanas, cómo podríais fiaros vosotros de las hamburguesas de ese pequeño cabrón al que llamáis querido líder. ¿Recordáis la sensibilidad de Bush, el que ahorcó al bestia de Sadam? Seguro que sí. Pues el sol de la nación tiene muchísima menos.

Y lo peor: a 1,7 dólares la tapita de “pescado picado y pan”, que tiene cojones, cuando vuestro salario diario no alcanza los 80 céntimos de dólar. Y a saber lo que os cuesta la cerveza. Fijaos si es cabrón el querido líder que hasta cuando quiere ser bueno con vosotros os putea. Os pone la hamburguesa en el escaparate sólo para que la veáis, sabiendo que no tenéis ni para comprar arroz. Aquí, ni el más tonto de los españoles, vamos, ni Paquirrín mismo si fuera albañil, por poner un ejemplo, pagaría 120 euros por un emparedado de carnucia picada. Decidle que se meta sus hamburguesas por el culo, que es por donde el sol de vuestra nación podría meterse la soberbia, la vanidad, la prepotencia, la inhumanidad, la intolerancia, la crueldad, la chulería, la tiranía, la bestialidad y la larga ristra de canalladas que a diario comete impunemente contra vosotros. Pero qué os voy a contar de él que vosotros no sepáis. Ni de su gilipollez ni de su mala leche innata podéis prescindir, qué le vamos a hacer, pero de esa mierda de pescado picado y pan a precio de jamón de Jabugo, seguro que sí.

Os adjunto una foto suya del mes de marzo pasado donde aparece inaugurando una fábrica de chicles. Tampoco os los comáis. Aunque los está tocando con guantes, nunca se sabe lo que os puede contagiar. Un fuerte abrazo a todos, afligidos hermanos, y mucha paciencia. A lo mejor tenéis la suerte de que el enano pruebe una de sus propias hamburguesas.

César Lamara.

domingo, 26 de julio de 2009

A César Lamara


Respetable compañero:

Puesto que sin duda serás tú quien en adelante prosiga con esta especie de epistolario de la locura -y así debe ser, pues semejante dislate fue concepción tuya- y dado que de alguna manera soy en parte responsable de tus actos, me siento obligado por mi conciencia, por la tuya –caso de tenerla- y por el respeto obligado a los lectores de tu blog, a escribirte la primera epístola de la serie que, como podrás comprobar, más que epístola es una invitación a la autocrítica e incluso podría verse como una crítica en sí. Aunque sin duda el gesto te incomode y lo veas como un ataque personal, convendrás en que tengo derecho a él.

Hace años que te conozco, César Lamara, y tu carácter apasionado y la mezcla de tu sangre andaluza, en la que han dejado marcado rastro iberos, fenicios, cartagineses, romanos, godos, árabes, gitanos y otros pueblos tan impulsivos como ellos, a menudo te lleva a juzgar severamente a los demás. Tu palabra se vuelve dardo y tu escaso ingenio se violenta arremetiendo agriamente contra personas, conceptos y actitudes con la loca determinación de Alonso Quijano contra los molinos de viento. Sí, eres demasiado severo con el prójimo y demasiado indulgente contigo, a pesar de tu manifiesta torpeza natural, por encima de la media, y de tu cortedad de luces, defectos que ostentarás conforme escribas y que tus lectores, sin duda mucho más largos que tú, advertirán a menudo. Sé por tanto mesurado en tus palabras e indulgente en tus juicios. No me hagas arrepentirme de haberte pensado.

Ten presente, César Lamara, peligroso compañero de viaje, que tus torpezas me las achacarán a mí, que en la práctica soy tu padre, y que seré juzgado por tus desafueros, tus impertinencias, tus desplantes, tus embestidas, tus torpes análisis, tus partidismos, tus subjetividades… en fin, por la interminable ristra de errores que a diario sueles cometer, aunque tiendas a pensar que cometes poquísimos y que son los otros quienes viven perennemente en el yerro. Sé que es pedirte demasiado, pero mientras piensas, observa; antes de concluir, analiza; antes de analizar, mírate al espejo; antes de juzgar, piensa que los defectos del prójimo pueden ser los tuyos. Y a la hora de la sentencia, sé tan clemente como quisieras que fueran contigo. Es mucho pedir, lo sé, pero es mi obligación hacerlo.

Te conozco y sé que escribirás cartas a todo el mundo, desde el Papa hasta al Risitas, pasando por Bush, Paquirrín, Chavez, Obama, tu vecina del quinto, Bin Laden, tu perro, tu ordenador, tu cigarro, tu maestro de la infancia… a todo el que tenga el infortunio de caer en las redes de tu desquiciada mente. Incluso te atreverás con la envidia, con la soberbia, la libertad, la fe, la razón… conceptos que te vienen grandes pero que osarás juzgar en tus cartas sin el menor asomo de prudencia, en un alarde de soberbia –sin duda a la soberbia dedicarás otra carta sin pararte a pensar que habita en tu corazón tan cómodamente como en el de todo el mundo.

En fin, César Lamara, yo ya te conozco y tus lectores te irán conociendo. Modérate o me veré obligado a cerrarte el blog. No pienso repetirlo, va en serio. Un fuerte abrazo, respetable y peligroso compañero de viaje.

José Antonio Illanes.

martes, 21 de julio de 2009

Este blog está en construcción. Disculpa las molestias.